Entrevista con Crespi

12Nov07

Literatura y política. Polémicas de ocasión.

A continuación, la entrevista realizada por Dazebao. Periodismo, cultura y sociedad, a Maximiliano Crespi con motivo de la aparición conjunta del Nº3 de la revista y (opcional) Grotescos (Ediciones de Barricada, 2006).

DZO- Hace poco leía un artículo que señalaba que la verdadera tradición literaria argentina no es el cuento, ni siquiera la novela o la poesía, sino la crítica literaria, y entendida esta desde un sentido amplio, la novela como excusa para interpelar alguna tradición literaria. Inmediatamente me vino a la mente tus Grotescos. Me da la impresión que más que establecer una literatura política, vos optas por lo que podemos llamar la politicidad de la literatura, incluso como crítica literaria. ¿Lo ves de ese modo?

CRESPI:- Creo que hay algo que asoma en tu pregunta que resulta más que interesante que la pregunta misma. Esa duda o indefinición entre sectores muy diferentes y que yo considero prácticamente opuestos. Digo: enfrentados radicalmente. Tu pregunta es a la vez muy cierta y muy errónea. Pero ese error que ha sido muy productivo en algunas épocas (pienso en Contorno, para volver a tradiciones memorables) ahora se me dibuja enfundado en una superstición. Pero vamos al grano. Es cierto que hay una tradición literaria argentina. Una tradición que algunos, como Daniel Link, empiezan ya a pensar como legendaria (lo que significa, a un tiempo, pensarla como desaparecida y como fantasmagórica: pesando todavía como una turtuosa pesadilla sobre el cerebro de los vivos). Es cierto también que esa tradición ha sido muy selectiva en función de los géneros y que, ciertamente, si hay un género que podría identificar a esa tradición es el ensayo. Y también puede que sea posible incorporar a la larga y ardua tradición del ensayo mucho de nuestra crítica literaria. No obstante, hay que decirlo: soñamos lo mismo pero no dormimos en la misma cama. La literatura no está no puede estar en el mismo lugar que la crítica literaria porque su sustancia es, en el mejor de los casos, homogénea; pero su disposición ética es otra. En la primera el escritor es sujeto de una función (la escritura) y ahí el verbo escribir funciona, como explicó Barthes, intransitivamente: es una función inmanente (al lenguaje que es su objeto) y nada hay más ajeno a esa función que el ejercicio de una comunicación (que no sea la de esa experiencia de los límites del lenguaje). En la segunda, en la «crítica literaria» el que escribe es sujeto de una actividad, de un trabajo incluso, y escribe con un fin: testimoniar, enseñar o explicar (plantear o rebatir, por ejemplo, argumentos ideológicos). En todo caso, la politicidad de la literatura es completamente distinta a la de la crítica literaria: diría que ésta lo es por el modo en que responde a sus imposiciones y aquélla por el modo en que se niega a reconocerlas como tales.
En Grotescos el lenguaje no es instrumento como puede serlo en la «crítica literaria», al memos en lo que habitualmente se escribe bajo este marco (en el cual siempre conviene reconocer que también hay excepciones), sino objeto. Es escritura, a secas. Grotescos es un texto de escritura construido sobre residuos de otros usos del lenguaje. Como dice Eduardo Grüner la lengua, el objeto de traición de la literatura. Es un montaje, una superposición y un colage de significantes que han sido expropiados de los discursos que pretenden someterlos a su servicio. Esa expropiación tiene, pienso, dos efectos: uno es el del extrañamiento y el otro, derivado de éste, es el de la pérdida de los valores que jerarquizan los lenguajes sociales de acuerdo a una «política general de la verdad», en términos foucaultianos. Hay una promiscuidad de los significantes de las formas que ya no son gobernadas por las leyes oficiales de producción textual. No son signos o, por lo menos, no son sólo signos. Sintaxis violadas, gramáticas torcidas: todo un gran dispositivo (es preciso decir dispositivo y no procedimiento) avocado a la disociación entre significados y significantes, a las disfunción de los usos del lenguaje. La mezcla, la promiscuidad y el incesto de los lenguajes no puede darse sin una violencia desnaturalizadora de lo cultural y, por eso mismo, el requerimiento de «equilibrio» o «mesura» resultan tan ridículos como ejemplificadores de un modo de lectura que tiende a reducir o atemperar las transgresiones de la literatura (cualquiera sea el caso) para encontrarles un sentido y una función social. Es como si dijeran: bien, che, pero no tanto. Porque cuando se va todo tan al carajo, cuando se superponen en un texto significantes tomados de discursos de Lenin, diálogos de Música sentimental de Eugenio Cambaceres, odas horacianas, editoriales de LNP, la lectura, que no se da (acaso porque no conviene que se dé) como experiencia de crisis, tiende a establecer recaudos, a pedir mesura o a reclamar equilibrio. En mi caso, aunque esto parezca una mera pose (que también es pero no es sólo eso), como escritor yo estoy contento que se me considere como un desequilibrado. Pero como lector y finalmente soy sólo un lector de ese texto que he escrito y la verdad es que como lector que escribe sus lectura ese desequilibrio se torna objeto de un trabajo.
Por otra parte, es cierto que hay casos muy puntuales, que se dan cada muerte’ obispo, en que el texto al que nos enfrentamos se despliegan bajo un velo en que es muy difícil reconocer donde empieza la escritura y dónde termina la escribancia. Pienso, por ejemplo en algunos textos de David Viñas «crítico» o en los de un Héctor Libertella «escritor». Yo no busqué eso en modo alguno cuando hice ese texto. Escribí, escribo sin planes, a ver qué pasa. Si en algún momento, como lo han sugerido algunas lecturas críticas (v. acá, acá, acá o acá), eso pasa hay que atribuirlo a una suerte de milagro literario.

DZO:- González Tuñón le advertía a cierta izquierda que no se olviden que el mundo era redondo, de tanto estar a la izquierda podían quedar a la derecha. En alguno de los relatos que componen Grotescos, un lectura, tal vez desconociendo tu trabajo en la crítica literaria, los podrían ubicar más a la derecha de tus intenciones. ¿Eso te preocupa?

CRESPI:- Me preocupa. No por mí ni por el destino del libro, sino porque eso habla de un horizonte de lectura: de su pobreza habla. Pienso que detrás de esas interpretaciones decanta una ignorancia de lo más intenso de nuestra literatura desde Echeverría a Lamborghini, desde La refalosa a Evita vive. No quiero decir en modo alguno que los Grotescos compartan el valor literario de esa tradición pero sí comparten su perspectiva ética, para decirlo de un modo preciso. Me imagino que esa hipótesis que presentás responden a un modo de leer escolar (en el sentido normalizado) que busca en la literatura algo que la literatura no ofrece ni tiene por qué ofrecer. Lecturas que trasmallan la literatura y la enjuician por su deficiencia para responder a requerimientos exteriores a ella. Son lecturas que separan el cuerpo (la literatura) de su potencia de actuar, que limitan lo que ese cuerpo puede (limitan su potencia de ser). Ese límite es impuesto por la superstición al menos en tres sentidos. Desde la superstición política (basándose en la creencia de que el arte es útil en tanto cumple una función crítica, desmitificadora, al servicio de una «causa justa», moralmente fundada), la superstición sociológica (fundada en la creencia de que el arte es homogéneo u homogeneizable a los discursos sociales, que se produce, desarrolla y reproduce en el mismo medio de generalidad que ellos, y que solo actúa sobre ellos en tanto los padece) y la superstición histórica (que opera bajo la creencia de que el sentido del arte y la literatura es contemporáneo al de los discursos sociales, que las morales con referencia a las cuales estos discursos circulan funcionan como contexto, es decir, como límite de sentido de la obra artística). Finalmente es cierto que cada una de estas supersticiones remite también a un aspecto verdadero de la literatura, pero de la literatura apreciada desde un punto de vista moral (sometiéndola a ciertos valores de la moral política, de la moral sociológica, de la moral histórica) es decir, vista, como ha escrito Alberto Giordano, desde el lado «menos potente, ‘más pequeño'». Yo estoy tentado a decir: del más miserable.
Yo escribo eso que no sabría si llamar literatura tratando de evitar esas supersticiones. Y, al mismo tiempo, cuando escribo eso que no me animaría a llamar tampoco crítica literaria (es decir: cuando escribo mis lecturas) prefiero no hacerlo si no es tratando de pensar en ella, a través de ella el poder de lo inútil, el poder de lo singular y el poder de lo inactual, de lo intempestivo en términos nietzscheanos.

DZO:- Vos también sos el director de la revista La Posición (17grises editora, 2007), que ha tenido una considerable trascendencia en el mundillo literario y universitario de Bahía Blanca; aunque la revista ha pasado por diferentes etapas desde su aparición en el 2001, daba la impresión que la pregunta por qué es el intelectual pervivió de alguna manera en el sustrato de la revista.

CRESPI:- Lo de la trascendencia no sé. Yo creo que hay varias etapas de la revista. Y te digo la verdad no sé si ésta última es la más interesante y definitivamente no es la más intensa. Pero sí es la más lúcidamente comprometida con su tiempo (como puede leerse desde el editorial). Y, por su puesto, la pregunta por lo que es (o deja de ser) un intelectual permanece porque número a número se vuelve a ella para corregir errores, para despejar obstáculos o pensar malosentendidos. Y se vuelve siempre con cambios: pensar y devenir van por el mismo surco.

DZO:- La Posición siempre se planteó con cierta impronta progre, como se dice comúnmente, sin embargo con los números han fluctuado sobre distintas tonalidades de izquierda. Hoy, parece que el giro hacia una serie de códigos endógenos, discusiones más cercanas al cientificismo que a la praxis han ganado posición. ¡Les falta hablar del Tao, nomás! -risas- Eso se debe a una transformación en las discusiones de los que hacen la revista, a nuevos posicionamientos, o es un ejercicio si se quiere de tanteo por donde va el mundillo intelectual local.

CRESPI:- Este tipo de preguntas siempre me traen a la memoria unos versos de Pedro Lemebel que a mí me parecen la respuesta más adecuada: «¿Existe aún el tren siberiano / de la propaganda reaccionaria? / Ese tren que pasa por sus pupilas / Cuando mi voz se pone demasiado dulce / ¿Y usted? / ¿Qué hará con ese recuerdo de niños / pajeándose y otras cosas / en las vacaciones de Cartagena? / ¿Y el futuro será en blanco y negro? / ¿El tiempo en noche y día laboral / sin ambigüedades? / ¿No habrá algún maricón en algunas esquinas / desequilibrando el futuro de su hombre nuevo? / ¿Van a dejarnos bordar de pájaros / las banderas de la patria libre?». No obstante, nunca está del todo de más explicar un poco la situación. Es cierto que hay cambios en la revista y que esos cambios se notan. No podemos (no queremos aunque muchas veces nos encontremos en eso) repetirnos en el lugar común de las izquierdas. Eso es claro. No vamos a dedicarnos exclusivamente a temas como nos ocupamos en números anteriores, como qué se yo, por ejemplo, el terrorismo de Estado atravesando las literaturas de Walsh a Piglia o a Saer. Lo hicimos, bien o mal, cuando era algo que no se hacía. Ahora de López Murphy a Carrió y de Rodríguez Sáa a De Narváez hablan de la necesidad de revisar el pasado reciente en términos de derechos humanos. Eso significa algo, ¿no? El Estado promueve y gestiona desde la secretaría de Derechos Humanos el juicio a los genocidas rastreros como Etchecolaz o su confesor Von Wernich. Lo que no está mal. Es preciso que se haga y que paguen todos los hijos de puta (piiiiiiiiiip). Que se pudran en la cárcel. Pero lo cierto es que atrás de eso se cocina un reacomodo de intereses y no una reforma estructural. Falta pensar, como escribimos alguna vez en alguna editorial, las formas de la espada. Para eso es preciso revisar la obra de intelectuales muy lúcidos y a la vez muy poco leídos por cierta izquierda cascotera que hoy por hoy se empecina en la iteración de slogans vaciados de contenidos denotativos y connotativos y cuya única función concreta es meramente performativa. Pienso en la necesidad de revisar la intensa y virulenta obra de León Rozitchner que ha pensado, en el cruce Marx/Freud, la inutilidad de una memoria política que no se plantee antes una política de la memoria que pueda reconocer en el memorante todavía operando la lija fina del terror implementado en la desaparición sistemática de personas. León, desde ya, pero también Eduardo Rinesi que ha establecido un núcleo de reflexión sobre la relación entre teatro y política a partir de la celebradísima «transición democrática» en que se rearticula el vínculo entre liberalismo y democracia: del brazo armado de Astíz a la mano invisible de Scioli. Pensando sobre qué clase de sujetos se construye el stablishment se piensan las condiciones de posibilidad se su continuidad pero también la inanidad de una izquierda refranera y folklórica. Y en esa sutil modelización de las subjetividades y en la que surgen preguntas como las que acabás de plantear (que por otra parte confunde, yo diría que muy groseramente, corpus objetos y perspectivas críticas), uno no puede dejar de ver el estrago realizado por los medios masivos de comunicación (otro de los temas que se nos han vuelto problemas) también en aquellos que tienen algún deseo de pertenencia a la izquierda. Ni qué decir que éste último número, que reflexiona (intenta reflexionar) sobre la parresia y sobre la formación del Estado moderno, que dedica un apartado a la violencia de los cuentos irlandeses de Rodolfo Walsh, que ensaya en torno a Walter Benjamin y al divino Pier Paolo Pasolini, que dedica una sección especial a la patriada realizada por la editorial El 8vo.loco o que dedica un estudio sobre la «condición utópica» bien puede resultar poco atractivo para quienes es impensable para quienes piensan que la única verdad es la realidad. Pero no es así para los que hacen ese espacio crítico, de discusión permanente que es la revista gracias a los veintipico nombres que aparecen en la tapa y otros tantos que están aludidos implícitamente a lo largo de los textos que la componen. Estamos convencidos de que sin discusión no hay pensamiento, y sin pensamiento ¿para qué una revista? Con esto no quiero decir que haya que desestimar trabajos de investigación periodística tan necesarios para el establecimiento de una memoria colectiva conciente sobre la que pueda empezar a pensarse un proyecto social diferente. Pienso en este sentido el inestimable aporte de las investigaciones de Horacio Verbitsky o la invaluable contribución que Diego Martínez y Bruno Frenández (y, a través suyo, de la orientación que ha tomado la revista Dazebao) han comenzado con el objeto de empezar a pensar nuestra historia local reciente todavía encubierta por artimañas y personeros al servicio de los mismos intereses a los que acataba la miserable dictadura militar en Bahía blanca y Punta Alta. En todo caso pienso que el trabajo de la revista hoy se complementa y no se opone a esos y otros trabajos que con lucidez crítica trabajan en la denuncia para el esclarecimiento de las atrocidades sistemáticas producidas por el terrorismo de estado. Diría que ese pasado también define el estado de reflexión y de puesta en crisis de hipótesis alrededor del cual se escribe (se piensa) la revista como espacio de reflexión crítica que quiere, como, bien ha escrito Karen Garrote en un número anterior, «quitarse del olvido». Pero también alrededor de ella se desarrollan investigaciones críticas que permite también reconstruir las condiciones de posibilidad de las atrocidades cometidas por la dictadura en función de intereses excluyentes que la preceden en tiempo y forma y que directa o indirectamente repercuten trabajos y producciones intelectuales de referencia nacional o local. Estoy pensando, por ejemplo, en investigaciones como las de Fabián Wirscke en torno de la obra narrativa de Martínez Estrada, los bosquejos de ensayo que día a día voy sumando en los alrededores de la obra crítica de Jaime Rest, la interesante intervención de Gisela Fabbian en torno de la estética de Luis Juan Guerrero o de Guillermo Goicochea en los alrededores de la meritoria obra de Vicente Fatone. En este punto me parece ya bastante claro que los intereses del grupo que hace La Posición van bastante a contrapelo del «mundillo literario» y, sin pretender equipararlos porque son trabajos todavía en marcha, pueden pensarse alrededor de una idea de izquierda en el sentido en que pueden serlo las intervenciones críticas de otros grupos nucleados alrededor de revistas o publicaciones como El ojo mocho, Punto de vista, Rodaballo, el Boletín del Centro de Estudios Literarios, para mencionar los más interesantes. Por otra parte, y esto se cae de la mata, la estética practicada por los narradores que pertenecen al grupo Claudio Dobal, Mariano Granizo y Karen Garrote no responden en modo alguno a las estéticas de moda. Son textos a destiempo, cuya potencia también hay que buscar en su singularidad, su inactualidad y su inutilidad, como te decía antes. Creo que esto lo comparte casi toda la revista pero igual, para no mellar la horizontalidad que tanto cuesta conseguir, voy a decirlo en primera persona: yo, personalmente, tengo ya los huevos llenos de las revistas petardistas escritas desde una izquierda declamativa porque, a pesar de creerse que erigidas en un coraje denuncialista (que las más de las veces se agota en la punta del dedo índice), están escritas por sujetos sin el valor de enfrentar en ellos mismos, en sus propios cuerpos y en el «nido de víboras» de sus conciencias, al terror que los aterra y los enajena.



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